lunes, 22 de junio de 2009

Dos viejos en el parque...

... caminando/apoyándose juntos. Desde hace algunos días los he visto y, en medio del ajetreo de mi nueva vida de Oh!ciosidad solapada (porque esto de vender lo que tejo es sólo otra forma de seguir viendo películas desde el abrigo de mi sofá con cierta justificación para ablandar la conciencia) he postergado la reflexión, el pie de foto.

Sin tiempo para hacerlo ahora, sólo quiero decir algo.
No sé cómo venga mi vida más adelante, no sé cómo me acompañe el cuerpo, ni siquiera sé si algún día cortaré el cordón umbilical que me ata al niño de esta manera tan melodramática (porque mi amor no sabe mucho de paz y sosiego, mi amor es tempestuoso y despiadado, sólo se calma cuando el niño duerme y yo lo admiro como la maravilla que es), no sé si algún día terminaré de encontrarme en medio del adolescente desorden de mi vida, de cama tapada y sábanas revueltas.
Viendo a esos viejos, caminando por mi parque en una mañana de invierno, como el invierno de sus propias vidas, a mi me entra un frío en el alma ...

No sé si quisiera verme en esa foto. Sólo pienso en el futuro cuando, en medio de la noche, me despiertan los rugidos del Hombre y ya no puedo volver a dormir. Y los pensamientos taladran mi cabeza, tan llena de sonseritas durante el día, y la verdadera ciencia-ficción da comienzo. Me aterra pensar de noche. Por las noches sólo asoman las sombras siniestras que bailan con mi otro yo una danza macabra, un tenebroso pas-de-deux que me excluye totalmente. No me gusta la música de ese baile, habría que matar al DJ, pienso para distraerme.

Se une al baile el niño (grande) que me odia por haber sido una madre tan incompetente y haberle jodido su vida sentimental con mi amor desbordante. Están también los cadáveres de mis seres queridos (ni siquiera me atrevo a nombrarlos) mirándome sin ojos. Yo quiero sacar a bailar al Hombre pero no lo encuentro y cruzo el salón evitando penas y enfermedades que bailan alocadas y, con la misma piedra en el pecho que me acompaña todas las noches de insomnio, llego cansada a una gran ventana desde donde se ve el parque. Ahí está el Hombre. Paseando de la mano con una vieja.

Entonces, sólo entonces, quisiera estar en esa foto. Tomar su vieja mano, poner su brazo sobre mis hombros y caminar sintiendo cómo su respiración calienta mi helada oreja.