... tampoco!
Estoy inútilmente marcando su cel para saludarlo después de haberme adelantado ayer. Es que recién hoy es su cumpleaños y ni cuenta me dí, marqué su cel y él, tan lindo, agradeció mi saludo seguramente pensando que peor es nada. Y se supone que es un gran amigo mío, yo, que casi no tengo amigos.
En realidad lo raro sería llamarlo el mismo día; nunca la achunto con mis amigos. Una cuenta pendiente, al parecer de por vida. Si en algo soy buena, es en fallarle a mis amigos.
¿Será que la superficialidad, mi leal compañera, me impide mantener unos, siquiera decentes, lazos de amistad? Ese terror por profundizar
. ¿Detesto bucear en las cosas por temor a lo que pueda encontrar en el fondo? miedo
¿a qué?Lo cierto es que soy una pésima amiga, especialista en defraudar. Nunca estoy en los momentos claves en las vidas de mis casi inexistentes amigos. Nunca hago la llamada a tiempo, nunca envío la tarjeta de cumpleaños, nunca voy al rescate de nadie. Es casi una letanía, enormemente aburrida.
Llega un momento en que pienso que nada de lo que haga podrá recompensar la falta cometida, ese estúpido punto de no retorno y sensación de fracaso. Entonces me llega al tuétano el asunto y me canso de martirizarme con mi deslealtad y mando todo al carajo del
stand by. Ahí estamos, mis faltas
amicales y yo por un buen tiempo, el suficiente para que mi lado de cerebro que funciona (
a medias) reaccione y escriba la carta arrepentida, haga la llamada perdida y desenrede la madeja confundida de los hilos de la amistad, no siempre con éxito, claro.
Cuando era niña recuerdo que a la hora del recreo sufría grandes jaloneos de las niñas que querían estar conmigo (
las niñas, a diferencia de los niños, no juegan en los recreos: están con sus amigas) no sé por qué, y a estas alturas no veo qué gracia tendría saberlo, o talvez si ...
A medida que fui creciendo me volví muy selectiva con las personas que se me acercaban, es por eso que nunca fui de las amigueras de la secundaria, universidad, ni de nada.
Producto de aquella "selección natural" comencé a tener a mis "únicas amigas". Se relevaban con el tiempo y el cambio de mis actividades-intereses, nunca podían coexistir, no sé por qué pero así se daban las cosas. Me doy cuenta de una característica no compartida por todas aunque sospechosamente presente: un olor a cierto acaparamiento.
Es así como se sucedieron mis grandes amigas, todas marcando el territorio de lo temporal en mi vida. Mi gran amiga del colegio, mi gran amiga del trabajo, mi gran amiga de la universidad, mi gran amigo del oficio. Los quise y los quiero, pero por una extraña razón (
mandada sin dudas por el mal funcionamiento de mi cerebro y que nadie ose contradecirme porque me quedo sin argumentos!) no puedo estar a su altura. No doy la talla.
Es que la amistad, como todas las cosas importantes en esta vida, requiere de algo que no tengo y si lo tengo, seguramente está en cantidades muy limitadas, allá en el fondo de mi alacena existencial:
compromiso.
Si pues, lo debo tener en cantidades limitadísimas porque, que yo sepa, sólo me siento comprometida con mi familia chiquita (
el Hombre, el niño et moi). Ni siquiera la familia grande (
mamá, hermanos) se salva de semejante escasez. Nunca me acuerdo del cumpleaños del primo lejano (
ni siquiera del cercano!), no me acuerdo de los cumpleaños y punto, para eso están mis hermanas que se acuerdan hasta del de los vecinos. Casi nunca estoy presente en los bautizos, primeras comuniones, velorios y sus respectivos entierros. No me gustan
mucho las reuniones familiares y siempre soy la primera en retirarme, despedida como siempre, por la mirada de desaprobación del resto de la familia que cree firmemente que me incineraré en el infierno del ostracismo. No soporto sentirme forzada a
ese tipo de compromiso, Ok!
a ningún tipo de compromiso! Sé también, que estoy condenada al futuro desapego al que hoy someto a mi familia grande. A mis amigos.
¿Pienso quedarme así? Me encantaría decir que si (
sólo por mantener mi estatus de tontuela que tanto me costó adquirir) pero no. Quiero creer que el Compromiso es algo así como un músculo, que se puede ejercitar, expandir y contraer según la necesidad. La necesidad de mantener a mis amigos, por ejemplo, no es poca cosa y si para ello tengo que pasarme la vida entera en el gimnasio (
con lo que lo detesto!) lo haré, a veces a regañadientes, pero lo haré.
Entonces, premunida de mis mallas y leotard de rigor (
como odio el gimnasio, pretenderé estar en una clase de ballet) respiro, caliento ... y marco de nuevo.