Son casi las cuatro de la madrugada del último día del año y yo no puedo dormir. Y no es que me agobien los líos existenciales que suelen asomar en estas fechas, no, "no hay paltas", ni listas interminables de propósitos que nunca cumplí en tantos años de vida y que por supuesto no tengo la menor intención de cumplirlos ahora. Simplemente sin sueño. Una vigilia tan simple y pura como el sueño de los niños.
Tengo una pierna de lechón macerando en la refri, una blusa y unos pumps rojos de infarto esperando la nochevieja, y dos bellos durmientes a mi lado (esta noche el Niño se autoinvitó a mi cuarto). Así las cosas, intentaré acudir al llamado de Morfeo (en realidad lo pienso cachetear para que se despabile y me llame finalmente!) y posaré mi cabeza en la almohada esperando que los dulces sueños lleguen a mi.
Año del fin del mundo, sé bueno con esta humilde servidora tan alérgica a las desgracias, o mejor, hazte un salto con tirabuzón y piérdete en el infinito. Y si de todas maneras tienes que venir, ten la delicadeza de hacerlo de un modo decente, sin grandilocuencias ni demás vulgaridades.
Supongo que se impone un ¡Feliz Año Nuevo!