Supuestamente hoy la casa debería haber amanecido en plan navideño, pero una rápida mirada al estado de las paredes me hizo preguntar al Hombre
¿podemos pintar la sala? resultado, la Navidad se instalará recién en la quincena, lo que constituye una completa herejía en este humilde hogar que se precia de haber instaurado la, ahora familiar, costumbre de recibir Diciembre en ambiente navideño. Aunque no siempre fue así.
Cuando estaba soltera se podría decir que me gustaba la Navidad (
pero no era tan fanática como ahora), con mi cuasi-gemela hermana nos encargábamos de repartir los regalos que eran unas montañas de baratijas finamente envueltas para disimular su humilde origen pero que nos hacían la fiesta.
Decorábamos la casa con lo que hubiera en stock, sin estilo definido, (
nada que ver con la selección de color para la temporada navideña en mi hogar chiquito; mi árbol ha sido: multicolor,
galletero,
todo dorado, azul-plata, rojo-dorado, rojo-plateado, este año será todo plata, a ver si atrae algo más que polvo acumulado). La Navidad era simpática porque ya estaban los sobrinos y eso entusiasmaba, además que en casa siempre hemos sido regalones, pero, digamos que hay una etapa en que una se siente excluida de la fiesta, es como si la Navidad fuera el reino de los chicos y los grandes, de los del medio, no tanto. Por ésos días, finales de mi soltería, lo único que planeaba con esmero eran las fiestas de Año Nuevo y, cuando llegó el Hombre, los viajes a Cerro Azul, supuestamente con los chicos de la universidad, aunque en las fotos que traíamos de regreso, siempre salíamos los dos, misteriosamente solos.
El primer regalo del Hombre, antes de ser El Hombre, fue una agenda de bolsillo que me entregó en la penumbra del cine Julieta, un 25 de diciembre de hace mil años. Agradecí conmovida y me maldije en silencio por no haber tenido el detalle de llevarle aunque sea un
Halls, eso, hasta que descubrí la tarjeta de un cliente suyo en la primera página de la agenda que envolvió sin revisar. Nunca se enteró, ese fue mi primer bosquejo de amor
(¿una vista previa?).Estuvimos juntos toda la tarde, sin besarnos todavía, aunque babeando por hacerlo. El primer beso llegaría recién el 28. Es curioso pero no recuerdo la película que vimos (
cuando llegue, por la noche, le preguntaré). Recuerdo si la emoción de estar a su lado, en esa primera Navidad de nuestra historia, hasta recuerdo los colores que yo llevaba puestos, blanco y azulino. Una falda envolvente y un top a rayas horizontales. Supongo que tomamos lonche por ahí, no lo recuerdo muy bien pero estoy segura que así fue, lo que si recuerdo (
como hoy) es cuando crucé Diagonal y lo vi esperando en ese lugar donde vendían salchipapas (
no recuerdo su nombre ni sé si existirá todavía) y cómo su cara se iluminó al verme, porque yo lo vi como dos minutos antes de que él me viera.
Esa luz en su cara es mi recuerdo de nuestra primera Navidad. Esa luz en su cara guió sus pasos hacia mi corazón, aunque suene terriblemente cursi decirlo. Le invité a mi casa para Año Nuevo. El muy cabrón nunca llegó, estuvo tomando
(¡tomando! él, ¡que nunca toma!) con sus compañeros de trabajo y me llamó como a las once para decirme que no llegaría. Esa fue la primera vez que lo odié a muerte y en venganza lo enamoré de mi.
Nuestras Navidades han cambiado con el matrimonio y con el niño, se podría decir que han mejorado cualitativamente. Con un niño en casa no existe la posibilidad de que la Navidad sea
planta. Mi hogar se llena de alegría cuando llega Diciembre, el niño es el perfecto ayudante de Santa y el Hombre mi mejor cómplice. Este año la decoración tendrá que esperar (¡no sé si lo lograré!), mientras tanto, esa luz presente en la memoria me acompañará hasta que lleguen las otras, las descaradas luces del árbol.