Luego de un fin de semana en el que descubrí que soy la que estaban buscando: ¡A mi no me gusta D´Onofrio! , (¡especialmente después de corretear en vano a una docena de heladeros porque mi enano sí creyó en el comercial!) y en el que también le dimos al ambientalismo apagando las luces y saliendo al parque para luego cerrar el evento con conversa de a tres en la sala iluminada con todas las velas que encontré (lo que aumentó el calentamiento, no sé si global pero si corporal!) y un pequeño festival de cuentos de terror ... (buuuuuh!) , terminamos la jornada viendo una peli que casi pasa desapercibida por mis antenitas de vinil: Marley y yo.
Una pequeña delicia.
Para comenzar: yo jamás podría ser crítica de cine. Para mi las películas son instrumentos que mueven los hilos de mis emociones, en el nivel más primario. Soy el tipo de espectador que se las cree todas, todiiiitas. Es por eso que no me considero cinéfila, soy de las otras: del grupete de las cinemeras. Con canchita y combos, risas y lágrimas sin roche, una vergüenza para cualquier despistado acompañante. Felizmente el Hombre no lo es. Él se solidariza conmigo y enjuga mis lágrimas, espera pacientemente que se acaben los créditos que no me resigno a perder y después, en casa o en algún café, escucha con interés todos los argumentos que la lluvia ocular se encargó de anticipar en la sala oscura.
Marley me sorprendió, esperaba cualquier cosa menos ese tratado sobre el amor incondicional (no hay otro más incondicional que el de los perros por sus amos, hasta las madres nos cuestionamos a veces, si no que lo diga el personaje de Jennifer Aniston que me hizo sentir menos sola en este mundo, Ufff!) y la crisis de los cuarenta con sus cuentas pendientes, postergaciones y renuncias con o sin culpas (tu eliges), la búsqueda de equilibrio entre tu trabajo, tu pasión y tu familia. ¿Se puede tener todo?, ¿se debe querer todo?
Podrías tener el perfecto trabajo, la perfecta familia, ¿por qué no la perfecta crisis?.
¿Se puede ser feliz dejando a los chicos en casa mientras desarrollas una brillante o mediocre carrera?, ¿puedes quedarte en casa, estar para tu familia y quemarte por dentro por todos los proyectos profesionales que dejaste a un lado?, ¿por qué cuesta tanto escoger, por qué tendríamos que hacerlo?
La vida no es fácil en ningún lado, así tengas la mejor de las vistas al abrir tu ventana, qué sé yo: el sol de Florida o los colores del otoño en Philadelphia, o talvez la cara agria de tu vecino con construcciones sin terminar por doquier, en un barrio cualquiera de Lima; la vida está del otro lado, tan cerca como tu familia, tan lejos como tus sueños. Es inútil mantener la constante pregunta ¿cómo sería si ...?
Quizá lo único que nos salve sea encontrar esa persona para la que seamos "extraordinarios" y encontrar "extraordinaria" a la persona que elegimos.
Querer como perros, que le dicen.
lunes, 30 de marzo de 2009
viernes, 27 de marzo de 2009
¡Con los pelos de punta!
Anoche soñé que el tetudo premiaba a los invasores de terrenos envolviéndoles en paquete de regalo los títulos que los alejaban de la legalidad/ que perdonaba las deudas de los morosos haciendo el respectivo jojolete a los monguitos que honramos nuestras deudas/ que rechazaba una donación extranjera para un Museo porque, en palabras de su monguistro de Defensa (¿contra el sentido común?), "hay cosas más urgentes", ¡como si esas cosas urgentes las tendrían que solucionar las donaciones de países amigos y no nuestro propio Gobierno!/ que una impresentable congresista (impresentable-congresista, ya es casi lo mismo ¿no?) le otorgaba una "distinción" a una fulana, por ser "provinciana"(?!!!) y no haber matado a nadie (más: ?!!!)/ que un pseudo-humano atropelló a una mujer, avanzó un kilómetro con un niño incrustado en el capot y que luego de deshacerse del niño intentó huir (debo interrumpir esto porque voy al baño a vomitar...)/ que la hija del tipo que renunció a la presidencia ¡por fax! y se hizo de la vista gorda (como toda ella) mientras su padre y el compinche de éste se almorzaban el país, encabeza las encuestas (del sector que generalmente elige) para las próximas elecciones presidenciales/ que una ola gigantesca se nos venía encima ...
-Fabu ... monita ... ¡despierta!
-... ¿Aaah?
-Tuviste una pesadilla
-¡Aaah!
Me levanto contenta por estar despierta y lejos de esa horrenda pesadilla, beso a mis chicos y me dispongo a comenzar el día como siempre, feliz de estar viva y taaan bien acompañada, cuando, al prender la tele, veo al tetudo ... en ... ¡¿pañales?!
...
(he tratado de colgar las imágenes respectivas, lamentablemente no las encontré en la web pero está en los noticieros, ¡lo juro! creo que fue en un evento en Huánuco, ayer ... o ... nunca me desperté y ... ¿sigo soñando? ¡Noooooo!)
-Fabu ... monita ... ¡despierta!
-... ¿Aaah?
-Tuviste una pesadilla
-¡Aaah!
Me levanto contenta por estar despierta y lejos de esa horrenda pesadilla, beso a mis chicos y me dispongo a comenzar el día como siempre, feliz de estar viva y taaan bien acompañada, cuando, al prender la tele, veo al tetudo ... en ... ¡¿pañales?!
...
(he tratado de colgar las imágenes respectivas, lamentablemente no las encontré en la web pero está en los noticieros, ¡lo juro! creo que fue en un evento en Huánuco, ayer ... o ... nunca me desperté y ... ¿sigo soñando? ¡Noooooo!)
miércoles, 18 de marzo de 2009
Tirándome la Pera*
El niño se puso mal. El lunes, después de dos días disfrutando (y bebiendo!) del mar, regresó del cole y me dijo "mamá, me siento mal". Como siempre, sospeché que quería saltarse el almuerzo para jugar y como nunca, le dije que no había problema, que almorzaría después. En ese momento debí darme cuenta que la falta de reflejos míos ante la "flagrante mentira" del niño era un presagio de que nada era como siempre.
A los cinco minutos, el niño entró al cuarto y vació todo el océano que se había tragado el fin de semana. Le dije, aliviada, que seguramente el heladito que le invitó su compañero a la salida del cole y que me confesó haber comido, le estaba pasando factura. "No te preocupes, mi amor, ahora te sentirás mejor". Le preparé un té digestivo que devolvió a los dos minutos. En total, vomitó tres veces antes que llamara a Aló Rimac. Resumiendo: lo llevamos a la clínica, donde pasamos la noche.
Tenía un cuadro de deshidratación que ameritaba internamiento, nos dijo la doctora. El Hombre me miró, lo miré y ambos miramos al niño. "¿Me voy a quedar?", preguntó con un hilo de voz. Enseguida se puso en funcionamiento esa maquinaria con la que venimos dotadas las mujeres y que se activa en cuanto la más mínima cosa relacionada con nuestros hijos se manifiesta. Yo juraba que no lo tenía, es más, algunas veces dudo seriamente haber sido embalada junto con semejante aparatejo. El lunes estuvo ahí.
Con mi mejor sonrisa, la misma que uso para sacar a los chicos de paseo los domingos ante la inminencia de un torneo de PS2, le dije al enano: "¡Qué bacán!, nunca nos hemos quedado a dormir en una clínica!", el niño enseguida me devolvió el entusiasmo (¡tenía que ser hijo mío!) y agregó
-"¿te quedas conmigo?"
-¡Por supuesto, ni loca me lo perdería!
Llegó el momento del piquete para la "vía" en el dorso de la mano, buen momento también para aclarar que soy la mujer más cobarde del mundo, la sola vista de una aguja me deja con temblores por varios días. Imaginar que le clavarían semejante agujón a mi muñeco me puso como gelatina. Usamos la técnica del soplido, inventada por el propio niño para las vacunas anuales contra la gripe, consiste en concentrarse en soplar mientras lo clavan a uno, así el piquete pasa borroneado y ¡en verdad funciona! Yo aproveché para sujetar su carita y besuquearlo mientras me soplaba la cara, ¡todo tiene un lado bueno ...!
Cuando terminó el asunto y mi hijo estaba con la sonda esa, le dije:
-¡Ahlaa, te pareces a Cyborg!
Él me miró sonriente, busqué al Hombre, para compartir el momento Kodak ... había desaparecido ... ¡hombres!
En fin, tuve que regresar a casa por algunas cosas, la verdad es que una vez llegada a la casa no tenía idea qué michi llevar. El enano me había pedido la cámara para mostrarle a sus primas cómo lo habían hincado. Metí en la mochila cinco muñecos de Star Wars, las cartas con las que jugamos al "Poto sucio" y los cepillos de dientes.
Una vez instalados en la habitación, le tomé un par de fotos mientras dormía, es entonces cuando sentí algo "extra" en el cuarto; el terror en la cara del Hombre. Distraída como estaba en minimizar el asunto y voltear la tortilla de los acontecimientos con el niño, no había reparado en lo asustado que estaba el padre. Lo malo es que el susto es contagioso.
Hay lecciones que uno no quisiera aprender nunca. Por ejemplo, podría pasar el resto de mi vida sin saber lo que significa vivir la enfermedad de un hijo, me refiero a una verdadera, no a una deshidratación que es perfectamente manejable en su momento. Yo no quiero ir a esa escuela. Prefiero la ignorancia. No quiero aprender a controlar el pánico de ver a un ser amado enfermar, sufrir, morir, para poder cuidar, acompañar, llorar.
Hay veces en que la ignorancia es preferible a la barbarie de la certeza, de ciertas certezas.
El niño está bien. Al día siguiente ya estaba pidiendo pizza americana por el intercomunicador a la enfermera. Para agilizar el trámite de alta, me acerqué a la estación de enfermeras y les dije "el niño ya sabe que está de alta así que si no se apuran les va a dejar la habitación como si hubieran pasado los Rolling Stones de los setentas". Me pasaron la factura al toque.
Es por eso que soy tan despistada para los asuntos cotidianos, por lo mismo que beso y abrazo a mi enano todo el día, que me gasto la plata en juguetes y dejo de pagar el cable, que vivo en "mi mundo" como dicen mis hermanas; porque una nunca sabe por que traidora esquina podría cruzarse con alguna "lección de vida" no solicitada. Felizmente, esta pequeña lección ya la aprobé.
(*Expresión usada cuando se falta al colegio sin justificación, algo que jamáaaas he hecho en mi vida ...)
A los cinco minutos, el niño entró al cuarto y vació todo el océano que se había tragado el fin de semana. Le dije, aliviada, que seguramente el heladito que le invitó su compañero a la salida del cole y que me confesó haber comido, le estaba pasando factura. "No te preocupes, mi amor, ahora te sentirás mejor". Le preparé un té digestivo que devolvió a los dos minutos. En total, vomitó tres veces antes que llamara a Aló Rimac. Resumiendo: lo llevamos a la clínica, donde pasamos la noche.
Tenía un cuadro de deshidratación que ameritaba internamiento, nos dijo la doctora. El Hombre me miró, lo miré y ambos miramos al niño. "¿Me voy a quedar?", preguntó con un hilo de voz. Enseguida se puso en funcionamiento esa maquinaria con la que venimos dotadas las mujeres y que se activa en cuanto la más mínima cosa relacionada con nuestros hijos se manifiesta. Yo juraba que no lo tenía, es más, algunas veces dudo seriamente haber sido embalada junto con semejante aparatejo. El lunes estuvo ahí.
Con mi mejor sonrisa, la misma que uso para sacar a los chicos de paseo los domingos ante la inminencia de un torneo de PS2, le dije al enano: "¡Qué bacán!, nunca nos hemos quedado a dormir en una clínica!", el niño enseguida me devolvió el entusiasmo (¡tenía que ser hijo mío!) y agregó
-"¿te quedas conmigo?"
-¡Por supuesto, ni loca me lo perdería!
Llegó el momento del piquete para la "vía" en el dorso de la mano, buen momento también para aclarar que soy la mujer más cobarde del mundo, la sola vista de una aguja me deja con temblores por varios días. Imaginar que le clavarían semejante agujón a mi muñeco me puso como gelatina. Usamos la técnica del soplido, inventada por el propio niño para las vacunas anuales contra la gripe, consiste en concentrarse en soplar mientras lo clavan a uno, así el piquete pasa borroneado y ¡en verdad funciona! Yo aproveché para sujetar su carita y besuquearlo mientras me soplaba la cara, ¡todo tiene un lado bueno ...!
Cuando terminó el asunto y mi hijo estaba con la sonda esa, le dije:
-¡Ahlaa, te pareces a Cyborg!
Él me miró sonriente, busqué al Hombre, para compartir el momento Kodak ... había desaparecido ... ¡hombres!
En fin, tuve que regresar a casa por algunas cosas, la verdad es que una vez llegada a la casa no tenía idea qué michi llevar. El enano me había pedido la cámara para mostrarle a sus primas cómo lo habían hincado. Metí en la mochila cinco muñecos de Star Wars, las cartas con las que jugamos al "Poto sucio" y los cepillos de dientes.
Una vez instalados en la habitación, le tomé un par de fotos mientras dormía, es entonces cuando sentí algo "extra" en el cuarto; el terror en la cara del Hombre. Distraída como estaba en minimizar el asunto y voltear la tortilla de los acontecimientos con el niño, no había reparado en lo asustado que estaba el padre. Lo malo es que el susto es contagioso.
Hay lecciones que uno no quisiera aprender nunca. Por ejemplo, podría pasar el resto de mi vida sin saber lo que significa vivir la enfermedad de un hijo, me refiero a una verdadera, no a una deshidratación que es perfectamente manejable en su momento. Yo no quiero ir a esa escuela. Prefiero la ignorancia. No quiero aprender a controlar el pánico de ver a un ser amado enfermar, sufrir, morir, para poder cuidar, acompañar, llorar.
Hay veces en que la ignorancia es preferible a la barbarie de la certeza, de ciertas certezas.
El niño está bien. Al día siguiente ya estaba pidiendo pizza americana por el intercomunicador a la enfermera. Para agilizar el trámite de alta, me acerqué a la estación de enfermeras y les dije "el niño ya sabe que está de alta así que si no se apuran les va a dejar la habitación como si hubieran pasado los Rolling Stones de los setentas". Me pasaron la factura al toque.
Es por eso que soy tan despistada para los asuntos cotidianos, por lo mismo que beso y abrazo a mi enano todo el día, que me gasto la plata en juguetes y dejo de pagar el cable, que vivo en "mi mundo" como dicen mis hermanas; porque una nunca sabe por que traidora esquina podría cruzarse con alguna "lección de vida" no solicitada. Felizmente, esta pequeña lección ya la aprobé.
(*Expresión usada cuando se falta al colegio sin justificación, algo que jamáaaas he hecho en mi vida ...)
sábado, 7 de marzo de 2009
Gracias, pero No!
Todos los años la misma vaina, llega el 8 de Marzo y comienza el desfile de: "Feliz día de la Mujer" ... grrr! y lo peor es que casi siempre el saludo viene de otras mujeres como yo. Seguramente bien intencionadas, pero totalmente despistadas, que creen que la fecha las incluye, cuando por lo único que hemos luchado es por bajar los rollos producto de las comilonas que les son negadas a las verdaderas homenajeadas, qué sé yo!
No sé porqué debiera sentirme identificada con el dichoso día si yo nunca luché por nada, nunca me sacrifiqué por nadie y por último, soy una mantenida por propia elección, así que ¡ya dejen de joder, caracho!
Y mejor, me pongo a hacer alguna manualidad.
Patchwork
(o, retazos de esa cosa llamada felicidad)
*Cuando cedieron las fiebres altas que acosaron al niño y nublaron la primera semana de vacaciones del Hombre.
*Cuando llegamos a la otra casa, la del jardín con frutales, hamaca con brisa marina (y algo de olor a establo, ya lo dije antes), mar cercano y el helado de lúcuma más rico del planeta.
*Cuando vimos por primera vez Tuquillo y el taxista local no cabía en su pellejo de orgullo mientras nosotros alabábamos la belleza de la playa.
*Cuando nos pasamos casi todo el día explorando Las Pocitas, sin bañarnos, sólo caminando, espiando pececillos, salpicándonos con las olas del mar de Ancash.
*Cuando llegamos al muelle de Huanchaco e inmediatamente, con mochilas a cuestas, nos pusimos a pescar mientras la sonrisa del niño competía (¡y ganaba!) en brillo con el sol poniente.
*Cuando, rezagada un poco para tomar fotos, pude observar a mis chicos felices ensartando muy-muys en los anzuelos.
*Cuando, animada y casi empujada por el Hombre, me subí a ese artefacto Moche, llamado Caballito de Totora y, cual Dama de Cao, dominé las olas de Huanchaco para pasar los cinco minutos más macanudos de los últimos tiempos.
*Cuando comimos ese estupendo tacu-tacu con seco de cabrito en El Mochica.
*Cuando entramos al bar de Gerardo Chávez y el niño nos sorprendió a todos pidiendo empanaditas y una copa de vino.
*Cuando tomamos café, leyendo los periódicos del domingo, mientras el niño seguía pescando en el muelle, ajeno a cualquier mala o buena noticia del mundo.
*Cuando el Hombre me dijo, bajito, que había sido una buena idea venir con el enano, mientras lo miraba caminar delante de nosotros y sentí ese brillo en sus ojos.
(Pasado el momento, me queda la colcha en Patchwork con la que me abrigo cuando el alma tiene frío).
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