En unos días, este sábado, cumpliré mi octavo aniversario como mamá (¡gran fanfarria!), casi sin darme cuenta estoy metida en un mundo que jamás vislumbré para mi. Yo era del grupete de las que no
le entraban al asunto de la maternidad, me parecía que carecía de la
materia prima para asumir semejante reto. ¿Qué haría yo con un niño?, ¿qué tal madre sería?, ¿qué ejemplo? ¡qué vaina!
Después de casarnos, estuvimos de Luna de Miel (con su dosis de hiel, cómo no!) durante ocho laaaargos años. Años en los que nos convencimos de no estar hechos para ser padres. No nos gustaban los niños y nos reconocíamos lo suficientemente egoístas como para pensar en incluir un tercer elemento en la fórmula que , al parecer, funcionaba a las mil maravillas. La vida, cuándo no, se encargo de echar por tierra los planes de ser sólo Adán y Eva en nuestro pequeño Edén.
Como ya había experimentado aquello del llamado de la naturaleza (de mi naturaleza) que me hacía mirar por más tiempo del acostumbrado a cualquier niño que se cruzara por mi camino, para desconcierto de la madre que miraba con desconfianza a esta extraña que, a su vez, miraba con curiosidad casi-científica al fruto de su vientre; el día en que se marcaron las lineas del Rapid-test que nos anunciaban la llegada del tercer elemento, ya no estábamos asustados, estábamos resplandecientes!
El embarazo fue espectacular. Debo reconocer que al comienzo me sentía como John Hurt en Alien y durante los primeros meses lo llamábamos así: Alien. Cuando llegaba el Hombre del trabajo me preguntaba:
¿Cómo está el Alien? y yo sonreía feliz, que era la respuesta más honesta. Nunca me sentí más enamorada del Hombre, parece que de alguna manera
sentía el amor de mi hijo por su padre, porque de otro modo no me explico cómo es que llegué a quererlo tanto por aquellos días; cuando se iba a trabajar yo me quedaba abrazando su piyama, besando su camisa del día anterior con olor a Gentleman de Givenchy, que entonces usaba.
No quisimos saber el sexo del bebé. No podríamos quererlo más si fuese niño o niña y el asunto de los colores nunca me pareció importante; teníamos el nombre masculino y el femenino, así que alternábamos los nombres, un día le decíamos Gabriel y al otro Paloma, que es el nombre que tendría de haber nacido mujer. Queríamos que ése sea el regalo que él nos daría al nacer: la sorpresa de ser niño o niña.
Gabriel nació a las 3 y media de la tarde del Día de Todos los santos, si, de todos!
Cuando llegué al Hospital todo el mundo tenía que ver con mi sonrisa. La pediatra de turno me dijo al verme:
"¡Demasiado contenta, te falta mucho para dar a luz!"Efectivamente, llegué a las 7:45 y el enanito recién hizo su llegada triunfal a las 3:30
No voy a decir que no sufrí.
¡SUFRÍ HORRORES! Resulta que no dilataba y tuvieron que inducirme, y me dolía e intenté sobornar al médico para que me inyecte algo, y maldecía el momento en que quise dar a luz en un Hospital y no en una clínica, sólo porque el Hospital era nuevecito y nos atendían como reinas y no quería que me corten, que es lo que te hacen si o si en las clínicas, en fin ... es largo, tedioso y a éstas alturas no recuerdo el dolor y ni hace falta recordarlo, (aunque, cuando me despedí de todos en la sala de partos les dije cachosa:
"¡Hasta nuncaaaaa!", todos rieron, y alguien dijo:
"eso dicen todas, ya regresarás!" ... sigue esperando papito!)Lo que recuerdo como si fuese hoy mismo, es la sensación de estar en una competencia desleal, porque mientras estuve en sala de Parto, entraron y salieron dos panzonas que despacharon su asunto en dos minutos, ahí, al lado mío. Pero como yo había sido la número Uno en mi clase de psicoprofilaxis, cuando el niño estuvo listo para salir, me porté como una diosa y yo misma avisaba al médico, interno y obstetriz que llegaban las contracciones: "¡ya chicos!" y ellos dejaban a la parturienta de al lado y venían conmigo, el enanito salió al cuarto Puf!
Sentí claramente cómo se deslizaba dejando mi cuerpo vacío de su sagrada persona. Su llanto limpio, no los gritos que había escuchado con los otros niños que nacieron mientras él se hacía esperar, el llanto de quien no necesita hacer escándalo para anunciarse, la llegada de un Hombrecito. Lo limpiaron y enseguida me lo acercaron ... (momento, voy a secar el teclado) ... su manita se acercó a mi rostro y le dije:
Bienvenido mi amor, así bajito, suavecito, con los modos de quien se dirige a la realeza.
Me pasaron a una sala de recuperación en donde supuestamente debía dormir relajada después de tanto trajín,
naca la pirinaca, nunca pude dormir! yo sólo quería ver de nuevo a mi bebé, tenerlo en mis brazos. El doctor vino a verme dos veces y me dijo que en no-sé-cuantos años en ejercicio, nunca había visto una sonrisota como la mía,
"descansa mujer" y yo rogándole que me lleve al cuarto y que me sentía re-bien ...
"No, tienes que descansar!" y me dejó, riéndose, el muy ...
Felizmente una enfermera a la que enamoré a primera vista me dijo al fin
"¡Ya, vamos, igual no vas a descansar nunca!", y mientras me llevaba en la camilla al cuarto me dijo "tienes un
manchón esperándote"
Estaba toooooda mi familia y en cuanto vi a mi mami le dije:
"¡te quiero!", ella me sonrió, como se sonríe entre coleguitas.
El enanito entró al cuarto en brazos de su papi, cuya sonrisa llegaba hasta la otra habitación, y abrigado con la mantita que aaaaaños atrás cubrió el cuerpecito del hombrote que ahora se veía más grande que nunca, cargándolo con tanto cuidado y temor.
A partir de entonces mi vida cambió, ya no sería la misma,
yo no sería la misma.
Esta mañana el enanito amaneció en nuestra cama y, viéndolo dormir al lado de su papi, le vi la misma carita de cuando era bebé, aunque su cuerpo ocupe hoy casi todo el largo de la cama.
Todavía me cuesta creer que soy como todas las mamás, yo que siempre me sentí tan distinta al resto, y aunque no soy todo lo abnegada que seguramente debería ser, que soy demasiado consentidora o demasiado gritona, que estoy malcriando a mi enanito y todo cuanto se me quiera achacar, reconozco que en cuestión de amor, soy la mejor!
El sábado celebraremos por partida triple, el niño ocho años de vida, el Hombre ocho años de padre, et moi, ocho años de estridente felicidad.